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6
sep
2015

Relato del cazador

Por Gustavo Cano Rguez.

Como os lo cuento, Yo no suelo subir más allá de donde anidan los primeros buitres cenizos de las montañas, pero aquella magnifica pieza bien merecía una hacer una excepción.

Perseguí durante un par de días al ciervo más formidable que haya visto jamás, adentrándome por acantilados y silenciosos bosques.

En ocasiones tenía la sensación de que la presa y el cazador éramos las únicas almas que vagaban por aquellos parajes.
Como si animal en su huida, fuese conocedor de mis propios límites y penetraba más y más en aquellas Blancas montañas.

Ya me sentía muy cerca de mi presa, el terreno era muy escarpado y mi montura piso en falso y fuimos a trompicones cayendo por una pared casi vertical. Llego un momento que no pude mantenerme, y caí de mi caballo. Fue en aquel instante cuando por un segundo lo vi todo.

Como nacido de la mismísima montaña, cerrando el profundo acantilado, se alzaba un vasto muro con extraños símbolos labrados en la piedra, con unos rudimentarios rostros esculpidos, cuyas bocas escupían agua con fuerza arrolladora.

Tras un par de rápidos traspiés más, el suelo bajo mis pies cedió, tragándome por completo.
El tremendo golpe posterior me dejo sin conocimiento.

Tiempo después desperté, un pastor me encontró a la orilla del rio, pero rio abajo a muchas leguas de donde cayera inicialmente. Nunca he sido capaz de volver encontrar el camino hacia aquel lugar, y lo más extraño de todo fue que mis ropas estuviesen secas y mi arco y el resto de aperos estuviesen conmigo.
Jamás hubiera dicho que aquellas inhóspitas montañas estuviesen habitadas, salvo en las viejas historias y antiguas leyendas.


Siempre pensé que las leyendas eran eso, leyendas.


Relato del célebre maestro cazador, Köner Hildebrand.

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Relato del cazador

Por Gustavo Cano Rguez.

Como os lo cuento, Yo no suelo subir más allá de donde anidan los primeros buitres cenizos de las montañas, pero aquella magnifica pieza bien merecía una hacer una excepción.

Perseguí durante un par de días al ciervo más formidable que haya visto jamás, adentrándome por acantilados y silenciosos bosques.

En ocasiones tenía la sensación de que la presa y el cazador éramos las únicas almas que vagaban por aquellos parajes.
Como si animal en su huida, fuese conocedor de mis propios límites y penetraba más y más en aquellas Blancas montañas.

Ya me sentía muy cerca de mi presa, el terreno era muy escarpado y mi montura piso en falso y fuimos a trompicones cayendo por una pared casi vertical. Llego un momento que no pude mantenerme, y caí de mi caballo. Fue en aquel instante cuando por un segundo lo vi todo.

Como nacido de la mismísima montaña, cerrando el profundo acantilado, se alzaba un vasto muro con extraños símbolos labrados en la piedra, con unos rudimentarios rostros esculpidos, cuyas bocas escupían agua con fuerza arrolladora.

Tras un par de rápidos traspiés más, el suelo bajo mis pies cedió, tragándome por completo.
El tremendo golpe posterior me dejo sin conocimiento.

Tiempo después desperté, un pastor me encontró a la orilla del rio, pero rio abajo a muchas leguas de donde cayera inicialmente. Nunca he sido capaz de volver encontrar el camino hacia aquel lugar, y lo más extraño de todo fue que mis ropas estuviesen secas y mi arco y el resto de aperos estuviesen conmigo.
Jamás hubiera dicho que aquellas inhóspitas montañas estuviesen habitadas, salvo en las viejas historias y antiguas leyendas.


Siempre pensé que las leyendas eran eso, leyendas.


Relato del célebre maestro cazador, Köner Hildebrand.

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