Me desperté casi congelado. El dolor era insoportable. Entre el vaho de mi aliento y la pesadez de mis sentidos me encontraba cegado y prácticamente indefenso. Me pareció una verdadera eternidad el tiempo que, con gran esfuerzo físico y mental me llevó volver a hacerme dueño de mí mismo. Y cuando por fin conseguí que mis miembros me respondiesen, empezaron repentinamente a recorrerme ráfagas de un dolor tan intenso que...